Hay comunicadores que informan, otros que opinan… y después están los que encontraron un negocio en la bronca. El conductor de “Sentido Común” pertenece a ese último rubro: el de aquellos que construyen su identidad pública atacando sistemáticamente a la gestión, mintiendo con tono solemne y disfrazando su oposición militante de supuesta “objetividad periodística”.
Su programa, lejos de ser un espacio de análisis o debate, se transformó en una especie de tribuna personal donde cada día se interpreta la realidad según la conveniencia de su cruzada contra el intendente peronista. Nada lo conforma, nada lo convence y nada lo satisface, porque su objetivo no es mejorar la ciudad: es erosionar al gobierno, desgastar al peronismo y alimentar un clima de enojo permanente.
El título del programa —“Sentido Común”— no podría ser más irónico. Porque lo que menos se escucha allí es sentido, y mucho menos común. Lo que abunda es una narrativa repetida, monocorde, casi calcada de los manuales de la oposición nacional: sembrar sospechas, exagerar problemas, instalar rumores, amplificar errores ajenos y relativizar los propios.
Mientras la gestión municipal trabaja, planifica , mantiene servicios , administra recursos y aborda los desafíos cotidianos de la ciudad, él elige la comodidad del micrófono encendido para dictar sentencias con el diario del lunes. Se indigna por deporte, opina sin datos, denuncia sin pruebas y editorializa como si fuese juez de una realidad que jamás pisó más allá del estudio de radio.
Lo más llamativo es esa obsesión casi personal contra el intendente. Una fijación que supera cualquier debate político serio. No hay proyecto que no critique, obra que no minimice, medida que no ridiculice. Si se pavimenta, es un gasto. Si se ilumina, es populismo. Si se gestiona, es marketing. Si se soluciona un problema, “algo habrán querido tapar”.
Todo encaja dentro de su relato prefabricado.
Todo sirve para alimentar la furia de su audiencia.
Todo suma para su propio personaje.
Porque ese es el punto: no hace periodismo, hace personaje. Y ese personaje necesita indignación diaria para seguir existiendo.
Pero detrás del grito fácil y la pose de justiciero radial, lo que se esconde es un opositor serial que jamás aportó una solución, que jamás propuso un proyecto, que jamás se acercó a construir desde la pluralidad o la responsabilidad democrática.
Mientras tanto, el peronismo gobierna. Con errores, con aciertos, con esfuerzo cotidiano y con la convicción de que la ciudad se transforma trabajando, no gritando desde un estudio.
El “sentido común”, el verdadero, no es el que se proclama desde un micrófono.
Es el que se demuestra en la calle, en la gestión y en el compromiso con la gente.
Algo que, hasta ahora, este comunicador todavía no aprendió.
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