En la política local uno ya está curtido de ver personajes pintorescos, aspirantes eternos y oportunistas de ocasión. Pero pocos casos son tan paradigmáticos como el de Joaquín Sánchez Charro, un concejal que el 10 de diciembre deja su banca, pero que ya hace tiempo dejó de tener peso político real.
En el distrito todos lo conocen por su parecido con un personaje entrañable de la televisión: Milhouse Van Houten, el eterno secundario de Bart en Los Simpson. Y la comparación no es casual: siempre a la sombra de alguien, siempre buscando aprobación, siempre queriendo jugar en la mesa de los grandes sin animarse a soltar la mano de quien lo guía. Un político que nunca logró construir liderazgo propio y que, cuando intentó despegar, se estrelló contra su propia falta de fortaleza.
Milhouse —perdón, Sánchez Charro— quiso ser candidato a intendente dentro de su espacio. Pero perdió la interna, y la perdió mal con un viejo caudillo radical que ya daba por retirado. La derrota no solo dejó en evidencia sus limitaciones electorales, sino también su incapacidad para comprender un principio básico de la democracia: cuando uno compite y pierde, después acompaña.
Pero él no.
Se llamó al silencio, se escondió detrás de una pared de excusas y miró para otro lado cuando llegó la elección general. No apoyó al candidato que lo había derrotado. No caminó. No estuvo.
Y después se pregunta por qué nunca lo toman en serio…
Este año directamente ni participó. Su espacio político -PRO- otrora socio del radicalismo, decidió hacer una nueva alianza está vez con los libertarios liderados por otro personaje siniestro que ya tendrá su análisis…El número uno de la lista lo ponía otro sector, y entonces, como el chico al que no eligieron para jugar al fútbol, se fue a su casa con la pelota. Joaquín prefiere no jugar antes que competir sin coronita.
Eso sí: para los videos siempre está disponible.
En las redes aparece todos los días, hablando, opinando, señalando… pero a las comisiones del Concejo Deliberante falta. Las obligaciones reales molestan, pero la cámara del celular lo ama. La política de TikTok no exige trabajo ni compromiso: solo requiere cámara frontal y ego inestable.
Y ahora aparece con otro numerito. De pronto quiere arrogarse la representación de los vecinos en temas de seguridad, como si fuera el paladín del orden. Un personaje que no participó, que no fué elegido ni por los propios hace dos años, que no construyó, pretende ahora erigirse como vocero de las preocupaciones del pueblo. Una sobreactuación tan previsible como innecesaria.
Sánchez Charro es el típico dirigente que confunde exposición con influencia, y videos virales con legitimidad democrática.
Pero la gente no es tonta.
Sabe quién trabaja y quién actúa.
El 10 de diciembre se va, y se va como llegó:
sin dejar huella, sin generar respeto y sin entender que para ser protagonista hay que salir de la sombra.
A veces, Milhouse quiere ser Bart.
Pero termina siendo… Milhouse.
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